El teatro es un edificio. Es mi necesidad de dirigir, es el estreno de un espectáculo.
El teatro es ver algo que me gusta.
Es dar clases, dar trabajo, tomar audiciones, es hablar de teatro.
Mis amigos son teatro.
El teatro es todo eso y muchísimo más.
Es el lugar donde he dormido varias noches en eternas puestas de luces.
Mis jefes y mis empleados son teatro. Mis equipos son teatro.
La emoción es teatro.
La privilegiada vida poética es teatro.

 


 

Y ahora que los teatros están cerrados, ¿qué es el teatro?

El teatro es un edificio vacío en el que hace poco estrené una obra.
El Maipo, que me cobijó durante años también lo es.
El miedo a no hacer teatro pronto es un miedo teatral.
Mis amigos son teatro.
Los maestros de teatro dando clases por plataformas virtuales también.
La angustia de actores, maquinistas, maquilladores y de tantos otros poetas que no saben, al igual que el resto de la población, qué pasará el mes que viene, es teatro.
El miedo a que no se puedan abrir pronto los teatros, es teatro.
Mi hermano que representa actores que no trabajan, es teatro.
Mis padres que no querían que me dedicara al teatro, es teatro en mi.
Todo es teatro para quien vive en el teatro.

Puedo pensar en el teatro como fuente de trabajo, y también lo puedo pensar como deseo de poder trabajar.
Como lugar de investigación, de clases y de aburrimiento.
Todo está ahí.
El teatro es todo aquello que tengo y que soy. Cuando está y cuando no está abierto.
Pues soy hombre de teatro. Mi poética es teatral y veo la vida teatralmente.

Desde pequeño siempre imaginé que caminando por la calle una cámara prendida me seguía arriba de mi cabeza cual fiel seguidor, haciendo que padezca la obsesiva conciencia de cada movimiento que yo hacía, y sintiendo que eso no me hacía perder naturalidad.
La confusión esclarecedora entre actuar en un escenario y actural en la vida es de hombre de teatro.
Actuar es conciencia de sí y del otro. Siempre se arma una escena.
Yo desconfío de mi verdad no solo como actor sino como ser.
Esa conciencia y desconfianza es teatro.
La conciencia continua me da la sensación de que nunca dejo de actuar, y no me hace mal.
No soy natural. Me siento expresivo.

Puedo pensar en el teatro cuando no hay teatro.
La cotidianidad me obliga a adaptaciones personales que no son óptimas y que no eluden el deseo de expresarme, jamás.
Me expreso a favor y en contra de mi voluntad.
Soy expresivo como director y como caminante.
Soy expresivo pues serlo contiene mi inexpresividad.
Yo expreso mi propia inexpresividad.
Siempre somos expresivos.

Puedo pensar el teatro cuando no hay teatro
La poesía, para el poeta, es su vida. Las palabras son su oficio y su obra.
El teatro es nuestra vida y nuestro oficio a la vez.
Necesitamos trabajar, de eso no hay duda. La falta de trabajo es horrible.
Hay, sin embargo, un alivio en no dejar de ser quien soy.
Sigo siendo el mismo mal poeta, pero poeta al fin.

Puedo pensar en el teatro cuando no hay teatro como el camino de mi vida, y sé que si no hubiera más teatro, no dejaría de ser un hombre de teatro.
Cuando abran los teatros harán que me sienta útil nuevamente.
Ahora lloro y río solo.
Luego habrá público.
Siempre es teatro.