La partida de Agustín Alezzo es un hecho significativo para nuestra cultura. Todo lo que la rodea es significativo.

La fecha, un 9 de Julio.

Haber superado el coronavirus y al día siguiente fallecer.

El encierro y la falta de teatros abiertos.

Todo resuena dolorosamente.

Agustín tenía el extraño don de la caballerosidad, la gentileza, el tratamiento de usted que dispensaba a todos y a todas lo hacía cercano y a la vez inalcanzable.

Tengo hermosos recuerdos con él. Muchísimos, pero no es eso de lo que deseo hablar.

Creo que su partida es significativa por lo que desaparece al irse. Desaparece la figura del maestro sabio, de la maravillosa sensación que nos llevan de la mano, que da sentir que algo es certero.

De que hay un generoso ser que escucha y que tiene respuesta.

De la convicción de que hay un método y una manera que nos llevan.

De que el mundo sólido existe y no todo es líquido.

El evento cultural existe como tal en su persona y la modernidad es el presente.

¡Todo eso se va!

Se va…

Existen y existirán grandes maestros y maestras de teatro.

El teatro seguirá tan vivo como siempre pero no dudo que su partida refleja, en un espejo, su magnífica figura y a la vez la ausencia de lo nítido.

El fue un ser de gran hondura pero nítido.

No había chance de no ser claro ante él.

Se irritaba ante la falta de claridad.

Hoy, lo claro empaña el vidrio y solo lo despeja lo relativo.

Y no está mal este mundo postmoderno que relata lo relativo.

Con emoción, lo despido.

Era una estatua. Una certeza. Una contundencia.

No habrá más.

Ricky